martes, 13 de marzo de 2012

CARTA DE UN AMIGO SINCERO

Querido amigo (a):
Recibe un abrazo. La presente es para darte una Buena Noticia.
Es que conocí a un amigo que jamás pensé que fuera tan especial. Sabes que lo conocí, pero era como esas personas que está a tu lado, pero que tú nunca les prestas atención; como a la fea o el gordo o la boba del salón o de la cuadra.
Cuando lo conocí me dijo tantas cosa, que me quedé asombrado solamente escuchándolo decirme la tristeza que le causaba tanta gente, que aún sabiendo que él estaba allí, no le prestaba la menor atención.
Él me dijo que había decidido esperar en silencio a pesar de la angustia que le causaba ver como algunas personas se dejaban atrapar por la droga, por el alcohol, por la prostitución, por el cigarrillo sin darse cuenta del daño que causan a su propio cuerpo; que le dolía ver como algunos roban a su propia gente, se matan unos a otros, como los maridos maltratan a sus mujeres, a sus hijos y a su prójimo; como muchos se atormentan con ruidos extremos, con gritos y peleas, sin que él pueda hacer nada porque cada quien abusaba de la libertad que le había sido dada.
Este amigo me dijo que sufría de ver a tanta gente triste, deprimida, vacía, solitaria; llorando y deseando la muerte sin darse cuenta del sacrificio que dos mil años atrás el había hecho por mí y por ti. Que él había venido a sanar los corazones afligidos, a los tristes, a los deprimidos, a los rechazados y humillados, y a dar la luz a los que viven en oscuridad (Is 61,1-3).
Me dije que te dijera que no estás solo, que tienes oportunidad de ser su hermano (Gal 4,4), de heredar un reino destinado desde el principio de la vida para mi y para ti (Rom 8,17), donde puedes gobernar con él (Ap 4,1).
Me habló con palabras tan sinceras y convincentes que le creí, además muchas personas han dado testimonio de ello y no amaron tanto la vida que temieran la muerte (Ap 12,11), quienes en virtud del seguimiento de su persona, por lo que vieron o oyeron, decidieron ser partícipes de la redención definitiva. Ellos no solo lo siguieron, sino que recibieron la capacidad para sanar enfermos, liberar presos del miedo, soledad, depresión, volver la vista a los ciegos, echar fuera demonios y resucitar a los muertos (Mc 16,17-18).
Aquello me hizo dudar, pero él me lo aseguró de tal modo que le creí. Además, me dijo mira que te llamo, si quieres entro a comer contigo (Ap 3,20). Solamente tienes que pedirlo. Con decirle: “Padre, levanto mis manos hacia ti. Te alabo. Te glorifico. Estoy cansado ya de esta vida que llevo. No me gusta quién soy ni en quién me estoy convirtiendo. Crea en mí un corazón puro. Renuévame con espíritu firme. Te abro mi conciencia y mi corazón. Toma el control de mi vida y de mi cuerpo. Haz de mí una nueva criatura. Me arrepiento de cuanto he hecho y confía en que me rescatarás del abismo en el que me encuentro.”
Este amigo me aseguró que a partir de ese momento te cubrirá con un cerco de protección y tu vida comenzará a ser diferente desde entonces. Yo le creo, por eso te lo comunico, por si acaso quieres intentarlo. Ve a misa, confiésate, y el cambio en tu vida será inmediato.
Sin otro particular, atentamente:
Oswaldo Cedeño
Iglesia Epifanía del Señor
Catequista

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