jueves, 15 de marzo de 2012

APRENDAN Y ACTÚEN

En la antigüedad, Dios se propuso la exterminación del mundo, pero luego reconsideró su decisión por amor a su obra. De modo, pues, que cambió la estrategia por la reeducación de su pueblo en beneficio de la redención humana.
En Lucas, cuando la familia de Jesús llega a la puerta y no puede entrar, se lo comunican a él con la intensión de que mediante su influencia los demás les abran paso. Sin embargo, Jesús responde a quien hace el anuncio de la llegada inesperada: <> (Lc 8,21) No porque no amara a su familia, sino porque no iba a detener la predicación, el anuncio de la Buena Noticia, por servir de salvo conducto a su familia.
Dios, en su opulencia amorosa, comprendió que en lugar de destruir su obra, era mejor reeducarla para que fuera partícipe concientemente de su propia salvación y la valorara por lo que le había costado, tanto como a Dios le costó su creación.
Destruirla significaba para Dios haber perdido el tiempo, y para Dios no hay tiempo perdido. Pero, salvando milagrosamente al hombre a pesar de su infidelidad tampoco significaba ningún mérito para el hombre a quien Dios era capaz de hacerle todo. Lo mejor entonces, tanto para Dios como para el género humano era la concientización; darle razones, argumentos imposibles de rechazar razonablemente.
Si el hombre gozaba de razón, libertad y voluntad, ¿cómo no utilizar esos recursos para hacerlo partícipe de su propia salvación? Dios maldijo la tierra por el pecado de Adán, pero ¿qué culpa tenía el resto de la creación de la torpeza del hombre?
Desdichadamente en el ser humano había una naturaleza que lo incita a actuar mal: <> (Gen 8,21) Y esta tendencia le afecta por su ignorancia instintiva, que lo motiva al egosismo y a la competencia desleal. De modo pues, que estableció una nueva alianza signada por un énfasis en la educación constante a través de los profetas, antes de la enseñanza definitiva emitida por el Mediador, el Ungiro, el Salvador, el Redentor.
Dios se escogió un pueblo piloto, el pueblo hebreo, el prototipo. En él va sembrado la llama de la sabiduría, normas sociales, políticas, jurídicas y filosóficas. Les nombra maestros espirituales, a quienes inspira regularmente para que comuniquen la voluntad de Dios, lo porvenir; también para que denuncie lo malo; para que sirva de voz y de memoria.
El plan de redención de Dios se había activado en la humanidad con un objetivo definido: construir un Reino de amor, de justicia y de paz, donde el hombre sea definitivamente feliz y donde se sintiera orgulloso de su propia participación en la redención definitiva de su propia naturaleza.
Envió a su Hijo amado como primicia de ese Reino en el que participarían directamente los rescatados, siendo hijos de Dios, y hermanos de Jesús, el Redentor. En ese sentido, si el hombre sería rey, debía conocer la realiza a la que pertenecería, la dignidad que merecía y el lugar al que pertenecería. De ahí la importancia del proceso educativo, el cual Jesús no debía suspender bajo ninguna circunstancia.
El Rey Jesús, el profeta y el sacerdote, el Hijo del Dios Altísimo, el Dios mismo, se somete a la naturaleza humana, viven como humano, porque es humano. Nunca había dado señales más allá de las cualidades comunes del humano, porque siendo verdadero hombre, podría ser testimonio para que el resto de los hombres lo pudieran imitar. Si era solo Dios, lo demás diría: “Es que Jesús era Dios”. Nadie puede decir eso, porque siempre dio evidencias de ser hombre verdadero. De allí la sorpresa de sus hermanos: <<¿De dónde le viene todo esto? ¿Esa sabiduría de dónde la sacó? ¿Cómo explicar este poder milagroso de sus manos? (Mc 6,2).
La participación de Jesús en la historia de la Salvación no tiene nada que ver con los milagros, aunque son la causa de la predicación. Es decir, los milagros los realiza para poder convencer del poder que adquiere el que se somete a las leyes de Dios. Pero lo importante realmente es educar a ese pueblo en lo que significa ser parte del Reino de Dios. De modo que comienza su mensaje con las siguientes palabras: <> (Mc 1,15).
Jesús, como primicia del Reino, quiso educar en el mismo espíritu a todos los rescatados, cuyas conductas y actitudes deben asimilarse al proyecto de Dios. Todos deben deponer sus proyectos personales para alinearlos con el proyecto salvífico de Cristo. Así redimensiona el Decálogo, no lo elimina: <> (Mt 5,17). De modo que centra su enseñanza en la médula de la Ley: para que un hombre o mujer fuera adultero (a) debía consumar el acto; en la visión del Reino, el solo hecho de pensarlo ya significa adulterio. En el juicio de muerte debía hacerse efectivo el homicidio; en las leyes del Reino, el homicidio ocurría con solo guardarle rencor. De modo que estas nueva dimensión de la Ley no es objetiva, sino subjetiva; actúa directamente en el corazón.
La misión de Jesús estaba escrita en la escritura tradicional. Isaías la describe perfectamente, incluso las consecuencias de esa predicación. El Mesías venía para sanar los corazones de los deprimidos, liberar a los cautivos, llamar a los exiliados, consolar a los que sufren, dar felicidad a los tristes y a los deprimidos dar esperanza (Is 61,1-3). Así que cuando los discípulos de Juan pegunta a Jesús si en realidad él es que el que había de venir, Jesús no les confirma sino que le muestra, los educa con el testimonio como lo había hecho con todos sus discípulos: <> (Lc 7,22).
Los milagros de Jesús no son para el asombro, aunque asombran a todos evidentemente, sino para la concientización, y para que los que crean tengan argumentos, razones por las cuales los cristianos puedan dar a otros razones imposibles de rechazar razonablemente. Eso que vieron es lo que deben mostrar, es el testimonio innegable de la fe, es el contenido de lo que se debe predicar en el futuro: <> (Mc 16,15).
El discípulo de Jesús que aprende e internaliza las nuevas leyes del Reino, que quedan impresas en el corazón, es decir en la conciencia, quedan obligados a proclamar lo que aprendieron, entiéndase a educar a sus congéneres en los misterios revelados de la estructura político y social de Reino, del cual todos forman un solo cuerpo con la misma condición, y en la que todos se someten con libertad, en libertad y para la libertad.
La última de las enseñanzas milagrosas de Jesús fue su propia resurrección. Con ella mostró la gloria de Dios, mostró que él era Dios, mostró en forma patente lo que significa redención y resurrección. Esto es lo que deben proclaman los que proclaman su nombre. Deben dar a conocer lo que conocen a través del testimonio que después de Jesús han dado los que han creído y puesta en práctica las instrucciones del maestro.
El discípulo es enviado. Todo cristiano verdadero es enviado por el Espíritu de Dios, por eso dice Pablo que la fe <> (Rom 10,9-17). Los que creen y proclaman a Cristo tienen la promesa de hacer todo lo que él hizo, a saber: echar fuera demonios, hablar nuevas lenguas, agarrar serpientes sin que los muerdan, beber venenos sin que le cause la muerte. Impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán>> (Mc 16,17).
Los llamados y elegidos, y los que se adaptaron y aceptaron el nuevo sistema del Reino, los que vencieron en virtud de la Sangre del Cordero inmolado en la Cruz; los que reconocieron haber sido comprados a precio de sangre, lo <> (Ap 12,11). El que crea se salvara, pero la pregunta es: ¿Quén podrá creer la noticia? (Is 53,1).

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